Sacuden sus ya raidas vestimentas
en las escalinatas de los templos santos.
Limpian el polvo del transito
desde la tierra infertil,
donde el sudor de sus frentes no hace
acopio para el regadío de las semillas.
Ocupan los últimos bancos,
tal cual su modesto y sencillo
paso por la vida.
Las esperanzas aprendidas
pasadas de boca a boca,
ya portan en su sangre,
como aceptación de destino.
Ganan el pan, pero
nadie les otorga el premio.
Los bien nacidos, pasan la manga
de los inmaculados trajes,
por el capó de sus relucientes vehículos.
Altivos y primeros, sermonean
en voz alta y orgullosa,
la avaricia solicitante de un más,
en su ya bienaventuranza.
Los últimos, en sus esperanzas
aprendidas, en murmullo oran,
se repiten que serán los primeros.
Desconociendo, que siempre lo fueron,
los primeros, en sudar las noches,
pensando como podrán sudarle al día.
Los primeros en los frentes, enfrentados
a lo que ni conocen, ni jamas buscaron.
Los primeros en caer y levantarse
sin espacio para mantenerse erguidos,
abriéndose paso a la vida
masticando todos los polvos del camino.
Los primeros que caen de pie,
en los adioses definitivos,
ya fueron sus pasos… penitencia de rodillas.
Los suyos, agradeciendo,
y aún justificando…
«Se hicieron dignos,
merecedores.
Su descanso eterno,
estirado el cuerpo
yace en toda su longitud.
Son esos últimos, que ya por fin,
son los primeros».
Los vencedores del pan,
siguen sudando migajas.
Tras su frente alta,
en los templos…
una oración,
un requerimiento,
que les trae a la memoria,
nuevamente otra falacia,
«A imagen y semejanza»…
Padre, qué más quieres de nosotros?,
porqué, nos has abandonado?
*Los últimos, siempre fueron los primeros.- Juliet Offenbach.