Volaron los pájaros que vivieron,
bajo mi tejado panizo y ondulado.
Se soltaron las campanas,
rodaron colina abajo,
se desplomó el campanario.
Zarzas de espino de mora
cosieron la boca,
púrpura antifaz que circundó los ojos,
encaramados, a la copa del tronco seco,
sudario, las ramas que cubrieron el rostro
Se desprendió la corteza.
Retorcidas raices se abrieron paso,
agrietando el cemento frío del hastío.
Savia congelada, óbito aliento,
el soplo inesperado, repentino.
Cubrió la escarcha,
el sol matutino,
la tarde florida,
la noche estrellada.
Alma, cercenada a cuchillo.
Fenecieron los días,
tremolo el latido,
corazón de metal.
Emboscada,
la del cobarde enemigo.
No hay lucha sin arma,
ni arma sin fuerza,
sin resistencia…
hediondo asalto a traición.
Precioso
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